Después que crucificaron a Jesús, nos cuenta el evangelio que se quedó solo. Algunos de sus seguidores huyeron, otros miraban a los lejos. María y Juan sí estaban al pie de la cruz.
En los corazones de los apóstoles y discípulos había temor, dudas, incertidumbre. Muy parecido quizá a lo que hoy nos toca vivir. Pensaban ellos que también podrían tomarlos prisioneros y castigarles como lo hicieron con Jesús. Incluso después de ver al resucitado, seguían con temor. Se reunían a escondidas para evitar ser vistos.
Precisamente en esas circunstancias ocurre el día de Pentecostés. Cuando Jesús resucitado ascendió a los cielos les hizo una promesa: “Pronto recibirán el Espíritu Santo”. Esa promesa se cumplió 50 días después de su Resurrección. Eso significa precisamente el término “Pentecostés”.
Según el relato de los Hechos de los Apóstoles se escuchó un ruido como una ráfaga de viento y unas lenguas de fuego se posaron sobre sus cabezas. Y después salieron a anunciar lo que habían visto y oído, sin temor, llenos de fe y confianza en el Señor, llenos de sabiduría y fortaleza.
Cuando nos bautizamos nosotros también recibimos el Espíritu Santo y reafirmamos esta presencia y este poder al confirmarnos. Recordemos que el Espíritu Santo es el mismo Espíritu de Jesús. Lo ayudó al él a cumplir con la misión que su Padre le confió, y nos lo ha dado para que continuemos su misión aquí en la tierra. La pregunta es ¿Estamos usando este gran poder? ¿Cómo es nuestra relación con el Espíritu Santo?
Te invitamos a reflexionar sobre esta o tras preguntas realizando algunas sencillas actividades. Puedes compartir tus opiniones en el foro de nuestra web.