Domingo 08 de marzo
LECTURA DE LA PROFECÍA DE MALAQUÍAS 3, 1-4
Así dice el Señor: “Miren, yo envío a mi mensajero para que prepare el camino ante mí. En seguida entrará en el santuario el Señor a quien ustedes desean. Ya llega – dice el Señor de los ejércitos - . ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda conforme a la justicia. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor.
El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
- ¡Puertas, levanten sus dinteles levántense, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria!
- ¿Y quién es ese rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates.
- ¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el rey de la gloria!
- ¿Y quién es ese rey de la gloria? El rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
LECTURA DE LA CARTA A LOS HEBREOS 2, 14-18
Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque él no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 22-40
Gloria a ti, Señor.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo a lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”, y para ofrecer en sacrificio, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: “Mira, este niño está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como un signo de contradicción y a ti una espada te traspasará el alma. Así quedarán al descubierto las intenciones de muchos corazones”. También había una profetisa, llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y cuando cumplieron todo lo que ordenaba la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.